La existencia de la Huelga General, el hecho en sí de convocarla, es un fracaso. Primero porque se presume que hay razones para ello, y que no son buenas. Segundo, paraliza la economía de un País durante un día y, tercero, pone de manifiesto la falta de respeto por unas posiciones frente a otras.
Ayer fuimos testigos, una vez más, de cómo nuestro País se va por el sumidero. Un lugar cada vez más profundo, poblado de mediocridad, intereses personales y formas de explicar la realidad cada vez más peregrinas.
Como trabajador, no me siento en absoluto identificado con los Sindicatos mayoritarios. Tampoco representado por ellos. Unas organizaciones que viven de las subvenciones, incapaces de evolucionar con los tiempos; donde sus líderes hablan de los derechos de los trabajadores mientras despiden a los suyos ayudándose de las leyes que critican; donde realizan continuas ostentaciones de riqueza mientras demonizan las donaciones de otros; donde no dudan, ni por un momento, en echar más leña al fuego de una situación complicada.
El fracaso inherente a la Huelga General es aún peor cuando las razones por las que se convoca nada tiene que ver con los afectados por las medidas de este o aquél Gobierno. Durante los ocho años de Zapatero los Sindicatos se mantuvieron callados, y cuando por fin convocaron lo hicieron por la puerta de atrás, intentando lavarse la cara. Hicieron el paripé en un intento por significarse.
Hoy, con el PP en el Gobierno, sus razones siguen siendo personales, ideológicas, políticas, incluso pasionales. Dos Huelgas muy próximas, claramente políticas, con grandilocuentes discursos vacíos que llaman al levantamiento y la separación. Sin soluciones planteadas, sino el desesperado intento por hacerse notar, pese a que todos padezcamos por ello.
No seré yo quien defienda a Méndez y Toxo. La actitud de ambos es detestable.
Tampoco defenderé a la Clase Política dominante. El PSOE no hizo nada cuando pudo, y el PP se está demostrando incapaz de arreglar (me pregunto si tan siquiera quiere hacerlo) el desaguisado con mayoría absoluta. Ambos Partidos están caducados, tras años y años de engordar y pervertirse, de poner por encima de todo sus intereses personales, sectarios y partidistas.
En esta Huelga, ambos han protagonizado momentos de Demagogia galopante, llevando cada ascua a su sardina.
El PSOE solo sabe de Democracia cuando está en el poder, y siempre será capaz de lo peor. El PP se ha vuelto vago, complaciente, incapaz de cortar la baraja, esclavo de usureros y con nula capacidad de maniobra.
Para ambos, la ideología mal entendida y los cadáveres en el sótano, están por encima del País y sus sufridos Habitantes.
Por tanto, esta Huelga ha sido un fracaso aún mayor.
Por si esto fuera poco, la quema del primer contenedor, la increpación a la primera persona que quiere trabajar; las intimidaciones de los piquetes informativos, las incendiarias declaraciones de quiénes deberían tener siempre un comportamiento ejemplar, deslegitiman la Huelga por completo.
Porque al final, lo único que queda en el recuerdo es la patada, la brecha, el contenedor quemado, las pérdidas económicas, el vergonzoso 'y tú más' y la certeza de que, al día siguiente, nada ha cambiado, salvo la dignidad de un País que -extra e intramuros- ha vuelto a retroceder un pasito más.
De nada vale discutir si nos merecemos los Políticos que tenemos, ni tampoco los Sindicalistas, la politizada Justicia o la corrupción generalizada: todos ellos se las arreglan para pintar blanco sobre un hecho negro, siempre y cuando les convenga.
El 14 de noviembre fue un fracaso colectivo, y toda la gente de a pie pagamos los platos rotos de un País regido por mediocres e interesados.
¿Algunos más que otros? Es probable. Pero nadie tiene el cuajo ni la integridad moral suficiente para cambiar las cosas, antes de que sea demasiado tarde, y nos obliguen a golpe de hundirnos aún más.
Y en esta situación, perdemos todos.
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