Lo primero (para evitar cualquier ataque injustificado): estoy a favor del debate en el Congreso de los Diputados, y estoy también a favor de que cada grupo parlamentario exponga sus ideas, porque para eso vivimos en Democracia.
Hace poco reflexioné en el Blog sobre la importancia de la ejemplaridad en nuestros políticos, de cómo debíamos aspirar a tener representantes públicos intachables, bien preparados y orientados al servicio público.
Ayer, en el inútil debate sobre la abdicación del Rey (que es una decisión personal, y no tienen razón de ser que haya que debatir sobre ello), observé unos representantes que, salvo las palabras de Rosa Díez (que estuvo atinada en el fondo y la forma) y cuatro gatos más, no me representaron.
Para empezar, tenemos un Presidente del Congreso, el señor Posada, que es incapaz de ejercer sus funciones con cierta contundencia, sobre todo intentando conservar la solemnidad del debate (éste o cualquiera, que el Congreso es el reflejo de España de cara al exterior) y que cada uno de los ponentes del mismo se comporten de acuerdo a su condición. Otro Presidente más que tendrá su maravilloso cuadro en el pasillo, cuando apenas se merece una foto.
Lo que vimos ayer fue un gallinero. Y no es el primero, ni será el último. Sin entrar a discutir el objeto, ni el fondo del debate, sí quiero recalcar las formas.
Un diputado (de la formación que sea. El color político me da igual) del Congreso no solo representa a sus votantes, sino que representa a España. Y no solo a los Españoles residentes, sino a los que se encuentran fuera del país y, por supuesto, de cara al exterior. Y, evidentemente, puede y debe defender sus ideas, pero dispone de un amplio abanico de formas de hacerlo.
¿Dónde está la ejemplaridad de los pancarteros, los iletrados e iletradas, los solemnes con discurso vacío, los veletas, los anti españoles y toda esa patulea que ayer puso por enésima vez patas arriba el Congreso?; ¿acaso podemos identificarnos con ellos?
Algunos lo harán, pero el que aquí escribe no.
Salvando algunas excepciones que, al menos, se preocuparon de que el fondo y las formas fueran coherentes el espectáculo fue, una vez más, bochornoso.
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